23 mayo 2007

Sorprendente

Andaba yo despistado, en época de exámenes, escuchando sin parar - todavía no sé por qué - a Pink Floyd cuando un viejo conocido me vino a llamar a la puerta y a sacarme de entre medio de la psicodelia y de la luz refractada en cristales.

Aquel que siga este blog sabe que hay una mística extraña entre sus autores, tan convergentes como divergentes. En realidad, somos amigos, salvo que a mí Frusciante no me emociona y me agota lo demasiado raro y al sr. Cornejo se la suda, salvo excepciones, lo que se hace en el rock urbano y, como todo anglófilo, tiende a verlo como un subproducto de lo anglosajón.

No le echaré nada en cara. En un post que aparecerá pronto, defiendo al rock urbano como un aparte hecho en España sobre las bases creadas por el hard-rock anglosajón. Por tanto, existe subordinación, pero también innovación y mestizaje (aviso: no leer mestizaje en el sentido de buenrollito-rasta)

La pena es que la escena del rock urbano está que da penita. Tanto que, desde que un servidor llegó a Madrid, se ha ido separando de éste. Atascado en los mismos temas y ritmos, falto de innovación, poco atrevido, demasiado encasillado y un poco arrogante (si hiciéramos caso a muchos grupos, españa sería un paraíso de poetas); éste estilo agoniza salvado tan sólo por sus maestros iniciadores. Ni tan siquiera eso si tenemos en cuenta que el próximo trabajo de Extremoduro parece a punto de convertirse en un nuevo Chinese Democracy.

Afortunadamente, y sorprendiéndome tras un single bastante malucho, Marea ha realizado un trabajo que, si bien adolece de ser bastante continuista, brilla con luz propia y le devuelve a uno cierta fe a la par que le abstrae de Roger Waters.

Las aceras están llenas de piojos es un álbum en el que los navarros hacen de nuevo lo que saben hacer: ritmos pegadizos y letras excelentes. Pero, motivo de leve alegría, se detecta un pequeño paso adelante. Hay canciones que sufren de cliché: aunque sean nuevas, da la sensación de que las has oído ya en otros discos de Marea. Pero, junto a éstas, hay temas que introducen nuevos ritmos, nuevas cadencias, nuevos elementos. Es de destacar la introducción de vientos - algo que ya pasaba en el más mediocre 28.000 puñaladas - y que Colibrí, el guitarra, varíe un poco más el estilo de sus solos de guitarra. También es de destacar que las letras han recuperado brillo y velocidad (en el anterior eran más intrincadas y oscuras) pero también han ganado en calidad. Si bien la luna vuelve a aparecer en demasía, el disco está a la altura o por encima de los anteriores, con temas que rozan la genialidad como "Mierda y cuchara", "Nana de quebranto" o, muy especialmente, "Petenera".

El resumen es un rebrote de energía en el triste panorama del rock urbano, que sin renunciar a los esquemas ya vistos anteriormente arroja un puñado de temas excelentes. El mayor motivo de alegría es que en el disco conviven por igual convención y ganas de innovar, pequeños cambios que pueden ser espejismos o avisos de una tendencia a perfilar los bordes que a Marea le quedan por redondear. Entre éstos sigue siendo bastante dolorosa la poca presencia de las líneas de bajo, que siguen siendo demasiadas veces haciendo semicorcheas de los patrones de guitarra que, en su línea hard-rock, piden bastante más.

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